
Una lectura de Ran de Akira Kurosawa como adaptación de El Rey Lear de William Shakespeare.
La película de cineasta japonés complejiza y añade nuevas significaciones a la tragedia shakespereana
El cine de Akira Kurosawa, normalmente considerado el más occidental de los directores orientales, tiende a recurrir a la memoria de un pasado tradicional, más no en tono nostálgico, sino en uno al que se contrapone normas contemporáneas que en muchos casos entran en conflicto con aquella tradición. Kurosawa, apela a la historia para abordar temas absolutamente vigentes en la sociedad japonesa en la que vive. Ran de 1985 no será una excepción. Como adaptación de una obra de Shakespeare (El Rey Lear) la película tiene dos grandes dificultades que me permito adelantar, sortea con muy buena fortuna. La primera, la que cualquier adaptación posee y es la de ubicarse en un contexto muy distinto al de la época isabelina de Shakespeare, y la segunda, un tanto más compleja, el hecho de producirse en el seno de una tradición cultural absolutamente distinta como lo es oriente respecto a occidente.
Hagamos una breve comparativa entre la película de Kurosawa y el texto de William Shakespeare. En primer lugar, la película abre con la escena de la caza del jabalí: ya desde aquí nos condiciona a cierto salvajismo aún imperante, el uso de constantes planos generales refuerza esta idea. Luego, tenemos lo que para mi es la mayor diferencia respecto a El Rey Lear y son los motivos de Hidetora Ichimonji para su accionar. La decisión del rey Lear de dividir surge de manera un tanto espontánea, además tal división prácticamente induce a sus hijas a pelear por el control total. Por otro lado, Hidetora en Ran manifiesta que ya había estado considerando ceder el liderazgo del clan a su primogénito, y en la película es el sueño que tiene en el que se encuentra totalmente desolado lo que termina impulsándolo a dejar el liderazgo. Además, no divide el reino, sino que lo cede por completo a su hijo mayor, Taro. A los otros les cede distintos castillos, pero siempre estarían supeditados al mayor. Esto tiene que ver con que, en un contexto feudal, no es la división sino la concentración de la propiedad lo que importa.
No obstante, hay algo que Hidetora no toma en cuenta, y es el mundo cruel y primitivo en el que viven: cree que sus hijos estarán unidos solo por ser hermanos y lo respetarán solo por ser sus hijos. Saburo es quien le hace notar esto, rompe las flechas que habían servido para mostrar la idea de unión de Hidetora. En cuanto a lo simbólico, hay un elemento además de las flechas que afirma lo que Saburo decía, y son los estandartes de los miembros del clan. El símbolo del clan de Hidetora es uno en el que la luna y el sol están unidos. Sin embargo, una vez Taro asume el liderazgo, es el sol su único símbolo, mientras que el de Jiro, el segundo hijo, es la luna. Esto anuncia ya el enfrentamiento que estos tendrán, aunque no será sin motivo, sino para consolidarse como sujetos de poder: Taro a los ojos de Kaede y Jiro ante sus soldados de confianza.
Ahora, si la obra de Shakespeare expone la ingratitud filial y las consecuencias inmediatas de actos insensatos; la película de Kurosawa trae a cuenta el pasado y la carga de remordimientos y traumas que este produce en los personajes. Kaede, la gran antagonista de Ran, a diferencia de Edmond (personaje shakespereano), no busca el poder, sino venganza por las vejaciones sufridas por Hidetora, todo lo que hace es para este deseo.
Para terminar, otra gran diferencia que poseeRan respecto al El Rey Lear es el final. La obra de Shakespeare, desde mi perspectiva, es más una tragedia íntima, familiar: al final de esta mueren todos los que tenían que morir para que el reino pueda seguir un curso más unitario (incluso llegan a vencer al ejército francés)… insisto: puede que hubiera guerras internas, pero finalmente mueren el rey que dividió el reino, las hijas que peleaban por el poder y todo parece quedar en manos del duque de Albany quien parece también recobrar la unidad del reino. Por otro lado, en Ran, además de la absoluta destrucción del clan Ichimonji, todo el reino queda en la más absoluta incertidumbre. Nada evita pensar en una posible guerra posterior entre Ayabe y Fujimaki por las posesiones de los Ichimonji las cuales quedan a la deriva. La escena final es bastante ilustrativa: Tsurumaru teniendo detrás las ruinas de lo que fue su castillo asolado antaño por Hidetora, y delante nada distinto, sino más destrucción y barbarie. El tono apocalíptico de Ran es evidente y pone de manifiesto la imposibilidad de concordia entre los hombres, los cuales además son ellos mismos los que se precipitan sobre sus desgracias.


