
Machuca: reflexiones patrióticas en torno a “los de arriba y los de abajo”
Es un niño que vive únicamente en una burbuja, acostumbrado a una normalidad con la que no discute.
Dos grupos que, de forma general, pueden ser vistos de este modo: los de arriba (privilegiados, clase media alta, defensores de un status quo) y los de abajo (no privilegiados, los de menores recursos, aquellos que buscan un cambio). Ambos grupos defendieron sus ideales y se atacaron entre sí haciendo uso de la fuerza física y de insultos a través de las redes (al menos un grupo lo hizo en mayor medida, pero esa no es la temática del presente artículo). Mientras tanto, en la actualidad, seguimos en una encrucijada entre aquellos que se proclaman defensores de un modelo y de aquellos que buscan otro tipo de representatividad y un cambio. ¿Qué nos depara el futuro? . Lo más apocalíptico, y en opinión de quien escribe -y motivado por una gran preocupación por lo que sucede con nuestro país en la actualidad-, son los eventos expuestos en la película chilena Machuca.
A raíz de todo lo acontecido en los últimos meses, y con una llegada al bicentenario a puertas de nosotros, esta película llegó en el momento más crítico del periodo electoral, en el que, como comentaba líneas arriba, se presenta una batalla de “los de arriba” y “los de abajo”, en un “ellos contra nosotros”, en una de las expresiones de divisionismo nacional (e, incluso, intrafamiliar) más grave del cual he sido testigo.
Dejando de lado el contexto actual local, veamos, entonces, cuál es el contexto de la película en cuestión. Machuca se desarrolla en los años 70’s en Chile, a puertas de la caída del gobierno de corte socialista del presidente Salvador Allende, enmarcada, además, por una grave crisis económica que genera escasez y alza de precios de determinados productos. Hay tumulto entre colectivos y movimientos sociales: algunos apoyan al presidente Allende, mientras otros, marchan para destituirlo y pregonan que el país se está destruyendo.
Dentro de ese contexto, encontramos a Gonzalo Infante, un niño de 11 años proveniente de una familia de clase media alta; de piel blanca y cabello castaño claro y rasgos finos. Su familia está en crisis: el padre no gana lo suficiente con sus viajes a Italia; la madre solventa gastos y mantiene el status de su familia manteniendo un affair con un hombre argentino mayor y rico; su hermana no se involucra en política mientras su novio (aliado con el movimiento derechista que busca la destitución del presidente Allende), lo está.
El protagonista de esta historia, Gonzalo, dentro de su “pintoresco” entorno familiar, se encuentra solo. Si bien es un niño absolutamente mimado por la madre, no tiene amigos cercanos. No lleva a nadie a su casa. Es un niño que vive únicamente en una burbuja, acostumbrado a una normalidad con la que no discute (lo cual no quiere decir que apruebe o que se sienta cómodo con ella).
La escuela a donde va es una de las llamadas mejores escuelas privadas de Santiago de Chile, el Saint Patrick’s College, conducida y administrada por curas y sacerdotes, y dirigida por Father McEnroe, uno de los pocos pilares éticos dentro del universo construido en la película (entenderán el porqué). En esta escuela abundan tres características distintivas de los alumnos: el ser varones, el venir de familias pudientes y el ser de tez clara; tres características definitorias y vinculantes entre el universo de los niños (la escuela) con el universo de los mayores (la sociedad) que cobra un mayor sentido en la película, a lo largo de la historia.
Father McEnroe comienza un programa de integración educativa, en donde alumnos de familias humildes y menores recursos son aceptados dentro de la institución, en donde serían tratados como iguales, con el mismo estándar de enseñanza. ¿Qué caracteriza a los niños nuevos que ingresan a la escuela? En buena medida, ser la antítesis de los alumnos actuales: humildes, de familias poco acomodadas, no blancos, sin uniforme. Evidentemente, el trato que se le daría a estos niños sería distinto del que reciben los alumnos “comunes”: se les juzga por su ropa, su apariencia física y su condición social. Dentro de este grupo, se encuentra un improbable amigo para Gonzalo Infante: Pedro Machuca.
Durante la película, vemos que Gonzalo Infante (ya se ha mencionado) no tiene amigos. Pero el trato que recibe es, más bien, el de ser utilizado por sus compañeros para ciertos fines (como copiar en los exámenes), como si fuera su única forma de vincularse con el resto de los niños. Otra vez, el status quo no lo discute, sólo lo tolera; como si esa fuera la naturaleza estancada y establecida que rige la vida: el ser un marginado solitario. Y precisamente, es esta especie de “realización” de parte de Gonzalo la que lo lleva a, eventualmente, entablar amistad con Pedro Machuca: otro niño marginado por aquellos que deberían ser sus compañeros e iguales (según las enseñanzas de McEnroe), pero de quien se burlan, lo agarran para pegarle y lo insultan llamándolo “negrito”. Infante incluso es presionado por estos “amigos” suyos para que se les una y lo molesten; pero este, más bien, los aleja. De a pocos, la amistad entre ambos se va construyendo, desde que ambos se ven reflejados en la marginalidad del otro: solitarios, rechazados, utilizados.
Veremos que la amistad de ambos se verá contrastada por el status social de cada uno: Gonzalo Infante descubre un mundo que no conocía, gracias a su amistad con Pedro Machuca. Descubre la forma de vida de los menos favorecidos y no-privilegiados, cuando va hacia su casa, en donde conoce más a fondo a Silvana, una vecina y amiga de Machuca con una percepción crítica hacia las personas “momias” o “pitucas” (expresiones despectivas para referirse a quienes comulgan con ideologías de derecha o que forman parte de la élite social). Gonzalo Infante sabe que el universo en el que vive él y en el que viven Pedro Machuca y Silvana son distintos, pero eso no impide que sigan pasando tiempo juntos. Las diferencias de clases, aunque están presentes, no son un impedimento para que puedan entablar una amistad sólida. En el mundo de los niños, al menos, esto es posible.
Veremos que en el mundo adulto, en el mundo de lo social y de los que tienen poder de decisión, no lo es tanto. El estallido social es inminente, y mientras las protestas contra el gobierno se hacen más explosivas y sonantes, en la escuela empiezan a molestar tanto a Machuca como a Infante. Hasta que, eventualmente, un hecho violento hace que, en una misa presidida por Father McEnroe, empiecen a filtrarse los aires discriminatorios e intolerantes de cierto sector de los padres de familia.
Algunos de ellos criticarán al sacerdote de ser marxista o comunista por tratar de integrar a los niños y de darles una calidad educativa de calidad. Parte de ese grupo diría que hay niños violentos (obviamente, haciendo referencia a los niños integrados). Incluso, la madre de Gonzalo diría que “no hay que mezclar manzanas con peras”. El altercado y la división se harían palpables, luego de que una madre de familia mencionara la esperanza de que se pueda cambiar la forma en que se hacen las cosas en la capital: la acusa de comunista y desestabilizadora una de las madres de familia (elegantemente vestida). Los intentos de reformar el status quo, de instaurar mayores oportunidades para un determinado grupo de personas es visto como comunista, radical, marxista, rancio, lo peor que podría ocurrir en una escuela. Porque no solo se trata de un cambio, sino de mantener la condición de “ellos” y de “nosotros” como siempre ha sido. Como una manera en que la sociedad funciona naturalmente.
Es interesante ver cómo la defensa de lo llamado “normal”, lo establecido, pasa a transformarse en una voz de protesta vista desde el privilegio. Posteriormente a la escena mencionada líneas arriba, veremos cómo una marcha anti-comunista tiene lugar: muchas personas, en autos lujosos y de marca, con cacerolas, hacen bulla; golpean con cucharones, lanzan arengas en contra de Allende. La madre de Gonzalo incluso se prepara dentro del auto antes de protestar mientras se maquilla, vistiendo un vestido refinado. Es entonces donde vemos cómo la acción de protesta se torna, más bien, en un desfile ideológico, en donde la apariencia y la demostración de poder son la atracción principal.
Lo más agudizante ocurriría cuando llega el día derrocamiento al gobierno de Allenade. Se toma el palacio rosado, y se toma (irónicamente) la escuela: esta pasa ahora a manos de militares que determinan que el “experimento” de Father McEnroe terminó, y que la educación retornaría a ser de quienes pueden pagarla (entonces, la educación como privilegio, y no un derecho). Ya no habría integración y algunos alumnos dejarían la escuela. Incluyendo Machuca. Infante lo buscaría en su bicicleta hacia el pueblito donde vive, una zona rural separada de la zona urbana (se aprecia que están, de hecho, muy cerca). Y encontrará que los militares invadieron el sitio. Y será testigo de una masacre a quemarropa de personas humildes, acusadas de comunistas. Infante se salvaría solo por la forma en que viste y se ve (un niño blanco con ropa de marca y una bicicleta). La última vez que vería a Machuca, sería en ese escenario que pareciera haber sido tomado de una película bélica (hasta la corrección de color en esa secuencia en particular tiene rasgos de Rescatando al soldado Ryan). Y no volverían a verse.
Y cuando regresa a su casa (ahora una casa mucho más moderna y adornada), nadie se da cuenta de lo que aconteció cerca de donde están: no pasó nada, no les afectó en nada. El único testigo de todo fue Gonzalo Infante. No lo pasaron en las noticias, nadie comenta nada. Todo sigue su curso; nada extraño ocurre. Todo es normal; inalterado.
Esta película, como les comenté en las primeras líneas de este artículo, me hizo reflexionar sobre la forma en que la política está dividiendo nuestro país: “comunistas” vs. “democracia”; “terrucos” vs. “ciudadanos”. El divisionismo causado por unas elecciones con dos candidatos improbables (quizá uno en mayor medida que el otro) se refleja bastante bien en la forma en la que ciudadanos que comparten una misma crianza o formación se comportan: buscan estabilidad, sin cambios, beneficios para sí mismo. Mientras, dejan de lado a las personas que buscan una mejor oportunidad y que no tuvieron acceso a educación, servicios o a la presencia de su gobierno.
Todos somos diferentes en pensamiento, pero las diferencias deben llevarnos al diálogo, a la reflexión, nunca a la violencia de palabra o de puño. Machuca, en lo personal, es una llamada de atención para reflexionar no solo sobre las diferencias evidentes que se muestran, sino sobre lo que debe primar en nosotros: la hermandad, la unión, la amistad. Solo de esa forma, estando juntos, podemos sobrellevar las penurias en una escuela (léase país) en donde nos sentimos aislados o marginados (entiéndase por la propia coyuntura pandémica), en un contexto en donde es vital trazar un camino para resolver los problemas económicos, sociales, políticos y educativos de nuestro país.
Solo me queda una pregunta. ¿Llegaremos al bicentenario unidos? ¿O las divisiones en nuestra sociedad terminarán por escindir, aún más, nuestro débil sentimiento de unidad? Quiero ser optimista; aunque, honestamente, el serlo pareciera, cada vez, un ejercicio de estabilidad emocional y mental que, como toda actividad que se practica regularmente, cansa y agota. Podríamos ser mejores, si al menos compartiéramos ese mismo cansancio.


