
La familia en Yasujiro Ozu
Las historias del reconocido director japonés siempre tuvieron a la familia como principal protagonista
Cuando deseo ver una película capaz de transmitir tranquilidad, pienso en una de Yasujiro Ozu, reconocido director japonés que inició en el cine mudo a finales de la década de 1920 y realizó su última cinta en 1962.
Ozu siempre se preocupó por resaltar el lado humano en cada uno de sus personajes, al mismo tiempo que nutrió su filmografía con las relaciones familiares como eje central de sus historias, las cuales son sencillas a primera vista, pero conforme se van desarrollando nos demuestran la profundidad y preciosismo con que están hechas.
En la trama de sus historias aparece lo cotidiano junto a la cultura japonesa. Podemos toparnos con un conflicto generacional entre los jóvenes y los adultos, así como situaciones convencionales en la familia. No cae en lo melodramático, pero sí llega a conmover, nos aventura en una serie de escenas continuas que aprecian la ética e identidad con la historia, así como también nos permite explorar nuevos comportamientos artísticos conforme pasan los minutos en la pantalla.
Algunas de las películas que más aprecio de Yasujiro Ozu. son: He nacido, pero... (Y sin embargo hemos nacido) de 1932, Había un padre (1942), El comienzo del verano (1951), Cuentos de Tokio (1953), La hierba errante (1959) y El sabor del sake (1962).
Un clásico de Ozu: Cuentos de Tokio
La calma en las películas de Ozu es algo que sorprende al inicio, pero conforme exploramos su filmografía nos acostumbramos. Además, conocemos parte de Japón después de la Segunda Guerra Mundial a través del guión, el diseño de producción y los personajes. Sobre todo estos últimos, quienes nos permiten reflexionar incluso sobre nosotros mismos.
De esta manera, se presenta Cuentos de Tokio. La historia es acerca de una pareja de ancianos que deciden visitar a sus hijos y su nuera viuda. No obstante, el choque entre ambas generaciones ocasiona que los padres se sientan ignorados (menos por la nuera), debido a que cada uno quiere vivir su juventud.
El retrato familiar está presente en la pareja de ancianos y sus hijos, influenciados por el paso a la modernidad e influencia occidental, el rol que cada uno representa y la libertad. Ozu predice a la sociedad actual, individualista, enfocada en su futuro y desarrollo personal, y olvidando el pasado que tenemos a nuestro lado y que abandonamos en momentos en donde gozamos del mayor tesoro de la vida: el tiempo.
Los planos son fijos y esto permite que la historia fluya. Sentimos lo que cada uno dice a través de las expresiones faciales de los personajes. La nuera, interpretada por Setsuko Hara, siempre les sonríe, mientras que los hijos denotan incomodidad, incluso quieren hospedar a sus padres en un balneario lleno de jóvenes, pero estos apenas permanecen ahí, no se adaptan, no es lo suyo.
Parece que la vejez da un paso al costado en el progreso, es inevitable, pero para ello la empatía de la familia es vital. Estamos aquí y disfrutamos de la vida gracias a ellos. No somos liliputienses, aquellos que rechazan las obligaciones de los hijos hacia sus progenitores debido a las miserias de la vida. Somos personas, y el cine de Ozu nos da el golpe perfecto en ese lado humano que prevalece aún en cada uno.


