Holy Motors: Estamos rodeados de gente que actúa

La inquietante película de Leos Carax que va más allá de un enigmático homenaje al cine

Las películas de Leos Carax son siempre una experiencia estimulante que puede desencadenar todo tipo de impresiones y reacciones contradictorias. Sin embargo, con Holy Motors, el director francés, nos insta a ir más allá de ello y a no solo verla como la película crepuscular de un cineasta que lleva mucho tiempo luchando con la práctica de su arte.

Holy Motorsno esuna película victimista que opone el cine al resto de las imágenes cada vez más numerosas, obligándolo a existir sólo para sí mismo sin preocuparse de la mirada de los demás, sino que se trata de una película que expresa el sentir de su autor y una serie de cuestionamientos que se plantea, y no solo se trataría de una observación general sobre el pasado, presente y futuro del cine como se ha solido abordar.  

Si bien, desde su desconcertante prólogo, la película nos deja en claro de que se trata de un espectáculo, y que en ningún momento nos engaña sobre su propia naturaleza, Holy Motors se sirve de la ficción para crear un retrato íntimo de su director y la sociedad planteándonos, así, la pregunta de si estamos rodeados de gente que actúa para ella. Y es que Carax nos presenta la historia de Oscar, un aparente actor que interpreta diversos papeles durante su día a día mientras se desplaza en una limusina por todo París.

Oscar se disfraza y se convierte, de esta manera, en una anciana, en un vagabundo monstruoso, en un padre de familia, en un asesino y en un anciano moribundo dependiendo de la situación o “cita” que le toque representar. Sin embargo, pronto nos daremos cuenta que estas metamorfosis tienen poco sentido profesional ya que no termina siendo un trabajo como tal, sino parte de la vida y voluntad del protagonista. Ya desde el prólogo, se nos planteaba pues que no había que caer en las apariencias.

¿Espectadores o actores?

En Holy Motors, hay una sucesión de historias sin aparente conexión que corren ante nuestros ojos y ante los de un público representado en el prólogo de la película. Es una versión soñada del cine y su práctica. No obstante, es una visión de pesadilla la que se ofrece aquí, cristalizada por una escena en particular en la que un dignatario de la central eléctrica para la que trabaja Oscar le pregunta si sigue disfrutando de su trabajo, creyendo que desde hace tiempo muestra signos de cansancio. En ese momento, Oscar se pregunta para quién está jugando, quién lo vigila y quién está detrás de todo esto. En este diálogo y en la relación que parece existir entre Oscar y su interlocutor, es evidente que el primero está de alguna manera a merced del segundo, como un “prisionero” de esta central, de esta limusina que lo lleva incansablemente de una reunión a otra, de una ficción a otra.  

Lo que consigue Denis Lavant, Oscar en Holy Motors, es un prodigio: pasa de un personaje a otro, abandonándose sin freno a cada papel. Cuando se convierte en Mr. Shit, una criatura repulsiva, el actor desaparece bajo los postizos, exudando una energía incompatible con el hastío del padre de familia que interpreta unas secuencias después. Estas contradicciones, estas oposiciones radicales, no impiden que nos convirtamos en los compañeros de Oscar, el hombre al que le pagan por transformarse y vivir otras vidas. Pero, ¿por qué tanto trabajo? ¿por qué tanta ficción? ¿dónde están las cámaras? ¿dónde está el director?

La película nos plantea múltiples preguntas, múltiples ideas. Sin embargo, algo es certero Oscar vive y trabaja en un mundo donde el espectáculo se ha atomizado para infiltrarse en las vidas, sin que sepamos quién habla con quién, quién mira, quién actúa y quién en solo un espectador más.

El motor de Holy Motors

Lo que Carax propone es una sucesión de sketches sin relación alguna, inconexos, donde aborda, no obstante, todos los géneros cinematográficos inimaginables incluyendo una escena protagonizada por una sorprendente Kylie Minogue y un musical de altura y en los que su actor, un entregadísimo y soberbio Denis Lavant se enfrenta a todos los registros interpretativos posibles. Holy Motors es una película compleja para asimilar, sin embargo, lo importante es dejarse llevar por la experiencia sensorial que nos ofrece y las preguntas que nos generan.

Esta suerte de collage visual no es un mosaico, sino que se organiza en torno a un momento preciso de la vida del propio Leos Carax. Holy Motors es a la vez una película de quiebre y una superproducción: un repaso a la historia del cine (desde el cronógrafo de Marey hasta los sensores digitales del rodaje sin cámara) y un retrato íntimo de un cineasta que no ha hecho un largometraje desde hace mucho tiempo. Esta intimidad se establece desde el prólogo, que, como se ha señalado, muestra a un hombre dormido en una habitación que se comunica con un teatro y que, sacado de su sueño, abre la puerta del espectáculo. Este soñador despierto es el propio Carax, quien como cineasta no habría podido llevar a cabo los proyectos nacidos de su imaginación, pero que finalmente lo consigue con Holy Motors. Es un sonámbulo, sacado de la hibernación por un misterioso motor, cuyo combustible se extrae probablemente de la mirada de un público al que la cámara filma y acompaña durante toda la película.

Leos Carax ha entrado nuevamente a la pantalla grande, a este gran escenario que es el espectáculo y que está poblado de diversos mundos posibles que no están, sin embargo, lejos de nuestra realidad. En Holy Motors, recorremos un largo camino que inicia desde ya en el mundo del espectáculo, de la ficción, y en el cual atravesamos diversos escenarios, recuerdos, historias y personajes ambivalentes, contradictorios, enigmáticos como la vida misma.

Abrumadoras o no, las secuencias de Holy Motors nos han hecho partícipe de lo inimaginable y cuando menos lo esperamos aun quedan más sorpresas que completan la desorientación y el encantamiento, borrando el curso del tiempo, la distinción entre hombres, animales y máquinas, para que sólo estemos seguros de una cosa: estar en el cine.

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Gabriela Carrillo Licenciada en Comunicación Audiovisual. Maestranda en Historia del Arte y Curaduría de la PUCP. Directora de arte, fotógrafa y realizadora audiovisual interesada en temas de mediación artística, apreciación y análisis de productos audiovisuales.
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