El irlandés. La última película de Martin Scorsese estuvo nominada a 10 Premios de la Academia

Basada en el libro biográfico

Recuerdo un clásico de Ribeyro. Alguien descubre entre los malecones una insignia que guarda sin mayor esmero o preocupación. La fortuna lo conduce hasta una serie de sesiones en donde se reúnen exclusivamente los portadores del distintivo. A pesar de no entender en absoluto el propósito de la sociedad, él se presta a colaborar con pequeños, pero excéntricos encargos que le hacen los miembros. Con el tiempo el protagonista irá escalando en la organización e incluso se convertirá en su líder, manteniendo, sin embargo, intactas cada una de las interrogantes iniciales acerca del dije, los miembros, o sus propósitos. El relato se titula La insignia y es publicado en el libro: Cuentos de circunstancias en 1958.

­—Cuando era joven, creía que los pintores de casas pintaban casas —, se dice Frank Sheeran (Robert de Niro) casi riendo. —¿Qué sabía yo?

Con esta confesión da inicio a la titánica narración de sus años dentro de la mafia Bufalino, y al compás de ellos, a una porción de la historia de la corrupción en los Estados Unidos luego de la segunda guerra mundial.

El irlandés se sitúa en los ojos de este personaje reconstruido por el guion de Steven Zaillian (La lista de Schindler, American gangster, entre otros) y basado a su vez en el libro biográfico de Charles Brandt: I Heard You Paint Houses. En la lectura de Zaillan persisten los temas más atractivos para Scorsese, la mafia, el poder, la corrupción, sin embargo, a estos se le suma una mirada que indaga en el ritmo lento que impone la vejez: en sus estragos y tal vez, en esa sabiduría iluminada por la muerte.

Frank Sheeran es un camionero repartidor de carne que a causa de un delito (del cual sale bien librado) consigue involucrarse, primero, con Russell Bufalino, uno de los jefes de la mafia en la ciudad y, posteriormente, con Jimmy Hoffa, figura pública, líder sindical y colaborador estratégico de ésa y otras familias de la mafia. La eficacia en los encargos (principalmente relacionados al sicariato) y su nivel de lealtad, le permiten desarrollar un alto vínculo de confianza con ambos personajes y sus respectivas familias.

A lo largo de la historia, que es narrada desde distintos saltos temporales, observamos a Sheeran desempeñar básicamente el papel de un encomendero. Ya sea para Russell o Hoffan, la iniciativa del protagonista se reduce a resguardar los intereses de cada uno, intereses que, a su vez, se elevan hacia una diáspora de intenciones igual de imprecisas: una maraña de padrinos capaces hasta de imponer presidentes y en el caso de Hoffa, una absurda necesidad de poder que concluye por poseerlo. 

Son breves los momentos en que Sheeran actúa por cuenta propia: En un inicio revendiendo las carnes que reparte y posteriormente, accediendo al encargo particular de destruir una lavandería. En ambos casos, los objetivos se ven de inmediato impedidos. La naturaleza de la guerra, que el mismo Frank define como una serie de acciones por sobrevivir, se prolonga hasta el resto de sus días, ya sea en las calles de Filadelfia, los juzgados o los charcos de sangre de los que huye antes de lanzar al río las armas con lo que pareciera ser su única huella de culpa.

La metáfora de Ribeyro se vuelve válida porque tanto en el cuento como en el filme, es la naturaleza humana la que se ve socavada por un sistema que recompensa los automatismos, la violencia y una lealtad por la ignorancia. Cuántos de nosotros asistimos a diario a una mecánica que nos despoja de preguntas, de búsquedas propias a cambio de la tranquilidad que nos provee un sueldo, una insignia o un anillo de limitados portadores.

La única conciencia que nos queda es un ente cada vez más lejano. La mirada de Peggy vigila los actos de su padre y envejece sin poder hacer nada hasta, simplemente, desaparecer.

Cuando Frank recuerda sus épocas de guerra, se cuestiona por el empeño de los capturados en cavar sus propias tumbas — tal vez creían que, si trabajaban bien, el tipo del arma cambiaría de parecer —se dice. Desde su cama en el asilo, ahora espera con la puerta de su cuarto entre abierta, comprendiendo, tal vez, aquel otro lado de la esperanza. 

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Rafael Ríos Cárdenas Aficionado al cine y a la literatura. Textos suyos han sido incluidos en las compilaciones: Breve Descripción de un Estallido y Edición Extraordinaria: Antología de la poesía en La Libertad.
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