El engaño de Midsommar

Disfrazada de verano, Midsommar (2019) esconde un gélido horror.

La trampa que es esta película para lxs de corazón débil es perfecta. Sus colores pasteles y la gran cantidad de flores que aparecen en todo el material promocional le hacen pensar a unx que se trata de un thriller psicológico con un contraste interesante que tal vez cargue todo lo que el film quiere decir.

Pues no. No es un thriller psicológico, no tiene un final razonablemente aceptable ni carga consigo una reflexión digna de presentarla de esa manera. Es una película de terror con todas sus letras, pero del tipo más espeluznante porque no hace uso de ninguna herramienta de las películas de terror tradicionales actuales, como zombies o sustos, sino que usa todo lo que se puede encontrar en el mundo tal como está, humanos y naturaleza.

Midsommar, la última entrega del director estadounidense Ari Aster, trata sobre Dani, una joven veinteañera que acaba de perder a toda su familia y decide viajar con su novio, cuya relación pende de un hilo, y sus amigos a un festival de verano en Suecia. Es allí, en una comuna idílica en medio de las montañas, donde ocurren acontecimientos aterradores que Aster ha ocultado de la manera más brillante.

Detrás de la bellísima fotografía y del sol resplandeciendo en casi todas las escenas, asusta la muerte y el dolor, asusta la crueldad y la justificación, asusta la pérdida y la traición. Asusta el encierro. Todo muy gráficamente explícito pero al mismo tiempo muy bien psicológicamente tejido pues asusta tanto lo que muestra como lo que cuenta.

Una de las trampas más horrorosas es la de otorgar a la comuna una característica que no solo hace que entendamos el desarrollo de la relación de Dani con ésta sino que nos hace desear, a pesar de sus prácticas barbáricas, ser parte de ella. En las palabras del propio Aster, “su lenguaje es la empatía”. Es así que esa necesidad fundamental del ser humano de pertenecer y de ser acogido por otrxs, urgente en el caso de Dani, es satisfecha de una manera extrema al presentarnos una comunidad con lazos empáticos ultra intensos.

Pero la trampa mayor es esa de la que el film trata: una ruptura amorosa. Escondida en rituales paganos y viajes psicotrópicos, ya que se consume gran cantidad de sustancias alucinógenas, la ruptura amorosa es el inicio, el desarrollo y ciertamente el final.

Y es entre estas dos trampas magistrales en donde Aster ubica a lx espectadorx, quitándonos la opción de no mirar. Nos deja en un lugar en el que repudiamos pero empatizamos pues hace convivir elementos gore y la brutalidad de sus personajes con la tragedia de la vida humana y una forma de comunidad poco usual en la actualidad, pero bastante reconfortante de ver.

Es por ello que Midsommar confunde, y confunde mucho.

 

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Sharon Olazaval Actriz peruano-ecuatoriana formada en el Laboratorio de Teatro Malayerba en Quito, Ecuador. Estudiante de cine en la Universidad Nacional de Córdoba en Argentina. Bailarina de inspiración, no de escuela, guionista de aspiración y escritora de madrugadas.
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