
El baile de Costner
Se cumplen treinta años de una gesta cinematográfica con resultados imprevisibles
Recuerdo que, cuando chico, escuché cómo anunciaban la película en un canal de señal abierta. Con voz engolada el locutor promovía el taquillero éxito de Hollywood. Se me quedó grabado el nombre de la película por mucho tiempo. Sobre todo, por una cuestión que me daba vueltas en la cabeza: “A quién caray se le ocurre ponerse a bailar con lobos”. Ahora puede parecer cómico; pero en ese momento era, para mí, una preocupación seria:“Cómo era posible que hicieran una película de un tipo que baile con lobos”. Lo curioso fue que, si bien no la vi hasta mucho tiempo después, siempre pensé que se trató de una mega producción sin el menor escollo, más allá de lo habitual en cualquier proyecto cinematográfico de gran envergadura. Tamaña sorpresa me llevé cuando supe de los diversos obstáculos que hubo que sortear, desde su concepción, hasta llegar a ser catalogada, por muchos, como una de las películas más memorables de la historia del cine.
Tres mil quinientos búfalos, trescientos caballos, dos lobos, cuarenta y dos vagones de época, treinta y seis carpas, ciento treinta personas en áreas técnicas, unos quinientos extras, quince millones de presupuesto, los cuales, ya en la recta final del rodaje, quedaron cortos (es así como el director tuvo que desembolsar tres millones adicionales para culminar las grabaciones), jornadas que sobrepasaban las dieciséis horas de trabajo, en medio del árido desierto de Dakota del Sur, temperaturas que por la mañana rozaban los treinta y siete grados, mientras por la noche descendían a diez. Todo ello durante unos cuatro meses. Por si fuera poco, al frente del proyecto estaba un director debutante. Estos eran los números y particularidades de una producción que, a inicios de 1990, se había convertido en la comidilla de Hollywood, la película en cuestión parecía estar destinada, de manera irremediable, al fracaso. Más aún por tratarse de un género que parecía haber caído en el olvido: el western. Eran, al parecer, suficientes argumentos para poner nervioso a cualquier productor o estudio que se precie de serio. Sin embargo, nada de lo antes mencionado amilanó al hombre que tomaría las riendas del proyecto y quien, además, lo protagonizaría: la estrella hollywoodense Kevin Costner que, a los treinta y seis, necesitaba afianzar su éxito luego de haber tomado algunas decisiones erradas en cuanto a los proyectos aceptados. Costner buscaba la consolidación como actor y mostrarse como realizador. Así fue que un diecinueve de octubre de 1990, en Washington D.C., tuvo lugar el estreno de “Danza con lobos”.
“Y (como diría la voz del narrador de ‘The Wonder Years’) entonces sucedió”: “Fue un milagro. Esa es la única forma de explicarlo. Esta película es el éxito menos probable que puedas imaginar. Su éxito desafía toda lógica de Hollywood y Kevin merece todo crédito", así lo afirmó Jim Wilson, productor de la película.
CORTE. Imaginemos esto: la década recién había comenzado y sin las posibilidades que ofrece la tecnología de nuestros tiempos para viralizar contenidos, sin el trepidante ritmo de las redes sociales y sin la pericia de taimados community managers, el verdadero capital de la película fue un eficiente “boca a boca”. Joe Roth, por esa época presidente de 20th Century Fox, comentó lo siguiente: "la gente salía de las salas hablando maravillas. Se avisaban entre amigos para que fueran a verla, la recomendaban en las filas del supermercado; charlaban sobre ella esperando a los niños a la salida del colegio (...)". La película superaba las tres horas de duración, esto preocupó sobremanera a los ejecutivos del estudio. Sin embargo, los espectadores salían como maravillados, estaban encandilados con el discurrir de la película y su imperturbable narrativa. Un detalle peculiar es que fue rodada, casi por completo, en orden secuencial, de acuerdo con la climatología, dada la gran cantidad de escenas en exteriores que había en la película. Por cierto, lo de las vísceras del búfalo, descuiden: se trataba de gelatina de arándanos. Creo que también querrán saber que, durante la secuencia de la caza, ningún animal fue dañado. Los que caen abatidos son criaturas animatrónicas, que costaban en promedio diez mil dólares cada una. Con todo, la secuencia tardó ocho días en completarse.
La película reivindicó la imagen de los pueblos nativos americanos. Es, a mi modo de ver, interesante como las atrocidades las cometen los hombres blancos, “civilizados” en nombre del progreso, la patria o cualquier otro ideal, mas no aquellos “salvajes” con plumas en la cabeza. De chico me pasé años pensando, en términos de buenos y malos, que los indios eran los malvados de la historia. Luego de ver esta película decidí quedar en paz con los imaginarios enemigos de mi lejana infancia. La película le valió a Kevin Costner el nombramiento como ciudadano honorario por parte de la Nación Sioux.
El teniente John J. Dunbar parte con dirección a un puesto fronterizo abandonado. Lleva consigo la divisa del buen nombre que le dio su hazaña en combate. Se había convertido en un oficial digno de ser tomado en cuenta, un oficial importante sin duda; pero no fue hasta que traba contacto con los indios sioux que logra trascender. Lo consigue rodeado de gentes con costumbres ajenas a las suyas y, pese a ello, logra grajearse respeto y un sitial. No sin antes pasar más de una penuria y ser enfrentado por “Viento en el pelo” (el actor nativo americano Rodney A. Grant). El mismo que, en la escena final, desde una enorme formación rocosa, proclama su amistad a modo de improvisada despedida: “¿No ves que siempre seré tu amigo?”. La voz estentórea del indio pregona su aprecio hacia el teniente Dunbar, quien se aleja del campamento de invierno junto a “Erguida con puño” (Mary McDonnell). En el aire flotaba una melancólica vaguedad, la sensación irremediable de que la despedida sería para siempre. Corte, queda.
Fuentes:
https://www.ecartelera.com/noticias/29461/curiosidades-bailando-con-lobos/3/


