
2001: El paradigma de lo bello y lo sublime clásico
Un viaje filosófico por Odisea en el espacio (1968)
Pocas películas de ciencia ficción se han aventurado tan lejos en lo desconocido como “2001: Odisea en el espacio” (1968). La película, dirigida por Stanley Kubrick, marcó un hito en la historia del cine debido al carácter filosófico de su tratamiento, el cual no solo partía del “viaje” que planteaba en torno a la evolución humana, sino también de la construcción formal y semántica con la que abordaba su discurso visual.
“2001” no es solo una obra de culto por la narrativa asombrosa e innovadora que desarrolla para la época, sino también es una obra de arte visual por lo bello y lo sublime de su imagen cinematográfica que hasta el día de hoy nos sigue impactando.
La belleza del ars simia natura
La belleza de “2001” radica, principalmente, en su representación bastante verosímil y convincente de la realidad. La película es una suerte de referencia del ars simia natura panofskiano que sostiene una representación ineludible de la naturaleza que es expresada, a su vez, de manera proporcionada, ordenada y armoniosa con el fin de perfeccionarla o corregirla para establecer un equilibrio adecuado entre las partes con el todo, y, así, llevar a cabo una representación bella e ideal. En ese sentido, la película parece estar arraigada totalmente con esta concepción.
Kubrick realizó un trabajo meticuloso durante los cinco años de rodaje para convertir cada imagen que compone el filme en algo creíble y verosímil hasta el punto de cuidar minuciosamente cada detalle para que la película fuera rigurosa y, casi perfecta, desde un punto de vista técnico como científico. Es más, lo expresa desde su aspecto más armónico y proporcionado a través de la composición, el encuadre, el manejo del color y luz, entre otros elementos que están en relación a una búsqueda del perfeccionamiento de lo contemplado. El director elabora, de esta manera, planos bien proporcionados, simétricos y armoniosos que ofrecen una experiencia visual bastante llamativa, pero, a la vez, símil e impactante para el espectador.
En términos panofskianos estamos pues ante una obra cinematográfica que lleva a cabo eficientemente el ars simia natura y el perfeccionamiento de la naturaleza de manera proporcionada creando, de tal modo, una obra de arte visual bastante bella e ideal, además, de una de las obras más genuinas del director que demuestra con mucha precisión y detalle un prurito realista que establece un ajuste entre arte y naturaleza relacionado con la perfección creativa que ofrece el séptimo arte.
La grandeza de su realización
En lo que respecta a lo sublime, esta belleza pseudo-longinesca, superlativa y vigorosa, que remite a la emoción, la primicia y la grandeza, pero ya vista desde el discurso, parece estar más arraigado a los recursos figurativos como retóricos que emplea Kubrick para potenciar su narrativa visual. Lo sublime es pues la belleza de la expresión, el impacto del arte en el alma, y el entusiasmo que genera y ensalza una obra de arte.
En “2001, lo sublime se encuentra presente en principio por medio del silencio. La película de Kubrick es una experiencia casi no verbal ya que trata de crear una netamente visual que trascienda las limitaciones del lenguaje con el fin de penetrar en el subconsciente del espectador con su carga emotiva y filosófica. En adición, el filme se lleva a cabo, también, en crescendo, lo cual permite muchas intercalaciones de intensidades, pausas y elipsis de tiempo que no solo van acorde a esta progresión dramática, sino también a este viaje en torno a la evolución humana. Finalmente, la película desarrolla también la emulación a la excelencia y la prolijidad ya que, por un lado, hace referencia al pasado y la grandeza de este por medio de los fragmentos de música clásica de grandes compositores como Strauss, por ejemplo, y, por el otro, hace referencia a la medida debido a su adecuada duración de 149 minutos, bastante extraordinaria respecto al estándar de Hollywood de ese entonces.
En términos pseudo-longinescos, el filme se configura, de este modo, como un discurso sublime bien logrado tanto en materia semántica como en mimesis creativa. Es una película icónica que trasciende en el tiempo y que cuyo mensaje complace e impacta a todos debido a la grandeza y potencia expresiva de su realización.
Ahora bien, se puede observar que existe un tratamiento excepcional de los conceptos de “lo bello” de Panofsky y “lo sublime” de Pseudo-Longino, y el contenido visual y semántico del filme “2001”. Este equilibrio, o complemento, que hay entre ambos métodos de representación se puede concebir, en grandes rasgos, por su propia naturaleza cinematográfica que no solo le permite representar la realidad lo más similar al mundo real, sino que, a través de distintos medios, ya sean retóricos, artísticos o técnicos, puede mejorarla o hasta superarla en función a su propia narrativa fílmica.
De esta manera, “2001” ha demostrado configurarse no solo como una obra de gran calidad cinematográfica sino también, filosóficamente hablando, como una de las obras visuales más bellas y sublimes de la historia del cine.


